Todo es una simple coincidencia.
Ella estaba de vacaciones visitando a una amiga que teníamos en común y yo estaba ahí trabajando remoto por unos meses. Esa noche, nos juntamos todos en un bar. Yo con mis amigos y ella con sus amigas. Mientras esperábamos a que nos dieran una mesa, alguien preguntó si yo estaba disfrutando de mi soltería. La he pasado bien, dije, pero extraño estar enamorado. En broma, una de sus amigas me guiñó el ojo y la apuntó a ella de manera teatral. Eso no se busca, alguien dijo, eso solo se encuentra.
Todo es una simple coincidencia.
Cuando por fin nos dieron la mesa, ella y yo nos sentamos al mismo extremo. Pasamos toda la noche hablando. No sé si eran los nervios o el COVID que me encerraría en cuarentena solo días después pero me sentía fatal. Le confesé meses después que mientras hablábamos y reíamos y sonrojábamos de quién sabe qué, mi cuerpo se estaba carcomiendo por dentro y yo sólo seguía ahí sentado porque mi amigo me había pedido que me quede.
Todo es una simple coincidencia.
Unas horas después, terminamos en una discoteca oscura en la que hacía un calor infernal y uno se tardaba treinta minutos solo para pedir una cerveza. En algún punto, terminamos ella y yo solos, esperando una cerveza eterna, separados de los demás en una terraza alejada de la música dónde la intentaba convencer de que yo era una persona interesante y ella era la chica más bonita que yo había visto jamás.
—Yo no caigo por esas líneas, Marcelo—dijo.
—Eso no fue una línea.
—No te creo nada.
—Si en serio sacaría mis líneas, caerías al instante.
—Ya quiero ver eso—dijo riendo.
Todo es una simple coincidencia.
Por supuesto, no cayó por nada y mis intentos de hacerme el Don Juan no fueron solo patéticos sino cómicos. Creo que mi pobre intento de conquistarla fue tan infructuoso que el chiste me terminó jugando a favor y ella pensó que era tierno. En ningún momento se nos cruzó por la cabeza que esto podría ser el comienzo de algo. Vivíamos lejos del otro y teníamos vidas muy distintas. Apenas nos habíamos conocido.
Todo es una simple coincidencia.
Al día siguiente nos volvimos a ver en un restaurante de sushi con el resto del grupo y recuerdo que ni siquiera nos despedimos. Cuando la vi alejarse con sus amigas por última vez, pensé: al menos tuve la suerte de conocerla. Unas horas después, ella estaba en un avión de regreso a Guatemala y yo permanecería en cuarentena en la Ciudad de México por los próximos 10 días. Seguimos hablando por Instagram porque en ese entonces el COVID era bastante peligroso y ella quería saber como seguía. Para sumarle a mi miseria, me dio una infección en las muelas del juicio y me tuvieron que operar de emergencia por el dolor. Una de las primeras fotos que le mandé fue un selfie de mi cara más hinchada que la de un conejillo de indias. Cuando le mandé esa foto, me dijo: “Nunca pensé que me gustaría un hámster.”
Todo es una simple coincidencia.
Terminada la odisea de mis últimos días en México, regresé a Lima con los cachetes inflados, una ganas tremendas de abrazar a mi madre y el extraño sentimiento de que nunca más volvería a encontrar ese efímero momento en el que ella y yo nos habíamos mirado a los ojos para olvidarnos que alrededor existía un mundo entero. Cuando me bajé del avión, recuerdo pensar que ahora que había pisado tierra, tenía que despedirme de aquel sueño que había vivido. Había llegado a casa y todo regresaría a la normalidad.
Todo es una simple coincidencia.
Pienso ahora en la época que nos conocimos y lo primero que se me viene a la mente es que tuvieron que pasar tantas cosas para que Sofi y yo nos cruzáramos en el camino que parece una absoluta imposibilidad. Si no me iba a México a trabajar remoto, si Sofi no visitaba a Nati, si yo no salía esa noche, si no coincidíamos en el mismo bar, si no nos sentábamos al mismo lado de la mesa, si no me quedaba ahí esa noche por mi amigo, si la cola de la cerveza no tardaba tanto, si no me daba COVID. La vida es una serie de coincidencias que se unen para formar patrones que sólo hacen sentido en retrospectiva. Lo que de lejos parece ser simple como 1 + 1 = 2, en realidad es más como (6t^3 + 1)^3 - (6t^3 - 1)^3 - (6t^2)^3 = 2. Una de las cosas que une a la vida con las matemáticas, es que uno solo comprende la ecuación cuando se sabe el resultado. Mientras la ecuación se sigue escribiendo, solo parece que todo es una simple coincidencia, un caos hermoso con posibilidades infinitas.
Sofi sigue sin caer por mis terribles líneas y hasta el día de hoy no me cree cuando le digo que es la chica más bonita e increíble que he conocido. Algunas cosas nunca van a cambiar. Por ahora, me contento con saber que nuestra ecuación ha sido hermosa y complicada y divertida y llena de coincidencias y aunque no sepa el resultado de lo que viene después, lo que importa es que lo estamos viviendo.
A lo largo de la vida, la ecuación se va complicando hasta que un día puedes cerrar los ojos y ver todos los números de tu trayectoria como si fueran una pintura, una ecuación gigante y compleja, llena de matices y colores que jamás te hubieses imaginado posibles, llena de imposibilidades y coincidencias que solo hacen sentido cuando las ves hacia atrás.
Hoy, cumplo dos años con Sofi. 1 + 1 = 2. Es fácil decirlo viendo hacia atrás, pero la verdad no sé cómo todo esto fue posible. Tuvieron que pasar tantas cosas. Y pasaron. Quizás hay cosas que la matemática no puede explicar. Y si de verdad hay explicación, por favor no le cuenten a Sofi; es mejor que no se de cuenta que al fin y al cabo, a pesar de todas las coincidencias, mis líneas tontas sí funcionaron de algo.
Yo no leo seguido, pero yo como cualquiera puede ver una pieza de arte. Te aseguro con mis 5 libros de experiencia que eres un mago con el lenguaje.