El otro día, cuando estaba hablando de libros y películas con mi hermano Cristobal y mi tío Martín, una ocurrencia frecuente cuando ellos vivían en Lima, dije las peores palabras que un escritor puede decir en su vida. Estábamos hablando del autor de Game of Thrones, George R.R Martin, que se ha pasado años prometiendo los últimos libros de la saga sin poder publicarlos, seguramente debido a un writer’s block tremendo, un bloqueo desproporcionado que no lo ha dejado terminar la historia. Es ahí cuando lo dije, mis famous last words.
—Qué writer’s block ni qué writer’s block. Eso del temor de la página en blanco es puro mito. Sólo te sientas a escribir y ya.
¿Qué estaba pensando cuando dije eso? ¿Para qué tenté y me burlé de los dioses de la escritura? ¿Acaso ya te habías olvidado de ese sentimiento, Marcelillo? El sentimiento de no saber qué decir, de que quizás tu experiencia de vida es menos interesante que ver crecer el césped, el sentimiento de perder la paciencia porque tus palabras no construyen las oraciones que quieres. No sé en qué momento me comencé a creer superestrella como si ya hubiese publicado 17 novelas al ritmo de Stephen King pero dije esas palabras con tanta confianza que ahora sólo puedo pedirle perdón al Olimpo literario. Perdón Gabo, perdón Lev, perdón Toni. De verdad no sé qué estaba pensando y ahora sufro las consecuencias.
He estado bloqueado toda la semana. Me senté tantas veces en mi escritorio para escribir este correo sin poder redactar más de un párrafo flacucho y desnutrido que pensé estar perdiendo la cordura. Avancé mucho menos en la novela de lo que quería y ahora me encuentro escribiendo estas palabras a medianoche en un domingo después de ver a una de mis películas favoritas de este año, Everything Everywhere All At Once, ganar un total de 7 Oscars absolutamente merecidos. Yo quiero hacer arte así, pensé, mientras veía a los artistas tan talentosos sentados en ese teatro de la academia. Arte que mueve, que transforma, que inspira.
Esta semana, había querido hablar de la inteligencia artificial y todo lo que nos hace humanos pero nada bueno salía. En otro documento, tengo 10 páginas de tontería y media, con cerca de 20 hipervínculos a artículos que ni yo he leído completos y sólo ahora, después de aceptar que esas palabras que dije son la razón de mi sufrimiento, es que me doy cuenta que la respuesta que estuve buscando toda la semana la probé en carne propia con mis tribulaciones e insuficiencias. En otra versión de este correo, me hacía una pregunta crucial: ¿Qué nos hace humanos y cómo podemos hacer para competir con computadoras que son tan más eficientes que nosotros?
¿La respuesta? Que nosotros no somos perfectos.
Me podría pasar todo este correo hablando de las cosas que las computadoras no pueden hacer todavía que nosotros sí, pero ¿qué sé yo de los extremos de la inteligencia artificial y la computación cuántica? Absolutamente nada. Me iba a pasar varios párrafos al estilo de Robin Williams en su genial monólogo de Good Will Hunting diciendo que las computadoras pueden escribir de Michelangelo y conocer todo acerca de su obra pero nunca sabrán cómo huele en la capilla sixtina o como se siente ver ese techo en vivo por primera vez. Pero again, ¿tú qué sabes, Marcelo? Quizás algún día las máquinas puedan sentir y oler y hacer todo lo que nosotros hacemos hoy. Quizás, en un futuro, podrán oler que son las 11:30 pm y tú todavía no te has bañado.
La distancia que nos separa a nosotros de los robots es justamente lo que me pasó esta semana en venganza de mis palabras: el writer’s block, el quedarse atorado, el ser imperfecto. Una máquina no falla, no se queda atorada porque se cuestiona demasiado o porque cree que sus palabras no tienen propósito cósmico y significado existencial. El writer’s block es nuestra bendición. Quizás George R.R Martin me mandaría a ya saben dónde si le digo que no puede escribir porque es humano y que eso es muy bonito pero creo que es cierto. Los humanos somos humanos porque somos un desastre, un caos. Mucho orden es aburrido. Imagínense la filosofía que se le ocurriría a una sociedad robot. No habría nihilismo ni pesimismo, ni Nietzsche ni Sartre. No habría imperfecciones. No habría ni writer’s block ni tampoco el momento hilarante en el que finalmente fluyen las palabras y escribes algo más auténtico, más bello, más caótico de lo que estabas tratando de escribir.
En esa imperfección es que descubrimos lo más bonito de ser humano: que en los pocos años que pasamos por el universo tenemos que buscar el sentido nosotros mismos; tenemos que salir a encontrar el amor; tenemos que sobrellevar el sufrimiento; tenemos que trabajar para ser felices. Hay un gran documental en Netflix ahora mismo del actor y director Jonah Hill que se llama “Stutz”. Lo recomiendo mucho. La película es un homenaje a su psiquiatra Phil Stutz y todas las herramientas que usa con sus pacientes para sobrellevar los momentos más difíciles de sus vidas. Para Hill eso fue perder a su hermano y para Stutz vivir una vida solitaria y sin encontrar del todo el amor. Hay una frase de Stutz que se ha quedado conmigo desde que la vi y creo que sirve como guía para responder mi pregunta. “En esta vida hay tres realidades inevitables: el dolor, la incertidumbre y el esfuerzo constante.” Lo que nos une a todos es que la vida es difícil y aunque cada quien la vive de su propia manera, con diferentes niveles de dificultad, todos tienen que lidiar con lo complicado que es estar vivo. Respirar es un acto de valentía y hay que estar orgullosos de nuestro pequeño caos.
El arte existe no solo para entretener sino también para ayudarnos a sobrevivir los momentos más complejos, aquellos momentos de imperfección, de pérdida, de locura, de agonía. Me robo otra frase del querido Robin Williams, esta vez de la película Dead Poets Society: “We don’t read and write poetry because it’s cute. We read and write poetry because we are members of the human race. And the human race is filled with passion.”
En un futuro, los robots podrán reemplazarnos en muchas cosas pero creo que no podrán sufrir como nosotros. Pero quién sabe, quizás también me equivoco ahí. Por ahora agradezco el writer’s block y todas mis imperfecciones como persona y escritor. Sin momentos bajos, no hay momentos altos. Sin momentos de crisis no hay tiempo de paz. Sin momentos de tristeza no hay felicidad y amor y celebración.
A mi futuro yo (probablemente en otro par de semanas, porque así es la vida) le digo esto: tú sigue adelante aunque parezca que vayas hacia atrás, sigue caminando, sigue disfrutando, sigue creando, todo lo que odias de ti mismo te hace humano. Agradécelo todo.