Junio se acaba. Todo avanza demasiado rápido. Siento que los días gotean como la lluvia de este gélido invierno en Lima. Me he refugiado en la lectura para aflojar el paso del tiempo, para vivir muchas vidas en una, con libros nuevos y viejos. Los poemas de Borges y Poe me han acompañado este mes, los he leído en las noches en voz alta y han tenido un efecto muy peculiar sobre mis sueños, sobre mi forma de imaginar. Suelo soñar en imágenes, en acuarelas que imitan la vida real, pero en los días que leía a estos dos grandes de la poesía, en voz alta, a ritmo lento, solo dos o tres poemas a la vez, he soñado con palabras, con el sonido largo de ciertas vocales, como si mis sueños fueran narrados en vez de vividos.
El oro de los tigres (1972) me ha parecido una joya, un placer trabajoso. Es un librito lleno de historia y literatura y, sobre todo, un sentimiento de nostalgia por una vida pasada, antes de que Borges se quedara ciego. “Ahora sólo perduran las formas amarillas / y sólo puedo ver para ver pesadillas”. Esto es Borges a su más vulnerable. “La meta es el olvido / y yo he llegado antes”, escribe, pero nosotros no lo hemos olvidado. Los poemas de Poe, en cambio, palpitan con frenesí, con un delirio violento y romántico. “All that we see or seem / Is but a dream within a dream”, escribe Poe. La única diferencia entre los sueños y la realidad es el tiempo.
En cuanto a ficción, junio empezó con Beautiful World Where Are You (2021) de Sally Rooney, un libro que me dejó absolutamente maravillado con su madurez, su capacidad para comprender las relaciones en el mundo moderno. Sofi, mi novia, dice que me gustan los libros en los que no pasa nada entonces advierto que este es uno de ellos. Después llegaron dos autores peruanos, Giacomo Roncagliolo con El fantástico sueño de aniquilar esto (2024) y Jeremías Gamboa con Animales Luminosos (2021). Roncagliolo cuenta una historia absorbente y de ritmo acalorado, un libro que no solté hasta terminarlo. En cuanto a Jeremías, un gran amigo y mentor, no me sorprende que Animales esté tan bien logrado. En mi humilde opinión, creo que Gamboa se convertirá pronto en uno de los escritores más importantes de la literatura peruana. He cerrado el mes con una lectura esencial: The Remains of the Day (1988) del premio Nobel Kazuo Ishiguro. No saben cómo he reído y sufrido junto al implacable mayordomo Stevens de Darlington Hall y sus encrucijadas con Miss Kenton.
No estoy seguro de qué va este correo precisamente, más allá de compartir mis lecturas, recomendar refugios narrativos de invierno. En unos días es el cumpleaños de mi papá. No sé qué regalarle. Mi primer instinto siempre es un libro pero creo que mi padrino Javier tiene razón cuando dice que el mejor regalo son las palabras.
No sé si él lo recuerde pero un día, por ahí de mis quince años, cuando todavía vivíamos en México, mi papá se sentó en la silla de cuero que tenía en mi cuarto y la reclinó hacia atrás sin decir nada. Era junio. Lo recuerdo porque las vacaciones estaban por empezar. Yo había estado viendo alguna película y después de un rato pausé la televisión para ver si él tenía algo que decir. Nos quedamos en silencio unos minutos. Quizás yo había hecho algo que requería una conversación seria. No estaba seguro. Finalmente, giró la silla hacia mí y sonriendo dijo:
—He estado pensando que deberías leer más.
—¿Leer?
—Sí. Si quieres ser médico, tienes que leer mucho. Es una carrera en la que uno lee toda su vida. Tu abuelo Papalú leía vorazmente.
—Supongo—dije yo, encogiéndome de hombros.
—Puedes comenzar con novelas, algo ligero. Pero te tienes que ir acostumbrando. De niño te gustaba leer pero ya nunca te veo con un libro en la mano.
—Ya no me gusta leer—dije—. Me cuesta.
Mi papá apuntó al televisor con su mentón.
—Es como ver películas—dijo—. Es un hábito al que uno se acostumbra. Es cuestión de práctica. Creo que es importante.
Eventualmente asentí con la cabeza. Esa misma noche, en secreto, pues qué adolescente quiere admitir abiertamente que sí acata los consejos de su padre, leí uno de los primeros libros que leía en años. Ahora, después de tanto tiempo, puedo decir que esa conversación que parecía una de muchas cambió mi vida para siempre. Soy el producto de las conversaciones que he tenido con él, los consejos que me ha dado. Soy los dolores de espalda y la poca paciencia con los autobuses que no dejan cruzar al peatón. Soy un lector, un amante de la gastronomía, una persona respetuosa, un romántico, un buen hijo, nieto y amigo, todo gracias a él. Quizás por eso, cada vez que leo pienso en él, porque aunque no es un lector muy disciplinado (pero lo disfruta mucho), él me empujó a descubrir esto que me trae tanta alegría. Mi refugio, como él siempre lo ha sido también.
Junio se acaba una vez más. Otra mitad de año que ha pasado muy rápido. La espada del tiempo sigue sajando los días. Pero estoy bien acompañado, de mi familia, de Sofi, de mis amigos, de mis libros. No está mal esto, este sueño dentro de un sueño.